Soy Ernest, arquitecto colegiado en Cataluña y Madrid.
Llevo diez años viendo lo mismo: títulos caros, oficio barato y clientes pagando el pato.
Si necesitas un arquitecto que no trague con chapuzas, normativas mal leídas y presupuestos inflados, quédate.
Antes de contarte cuatro historias reales —y de que veas por qué me contratan mediadores, administradores, APIS, abogados y particulares—, te diré una cosa.
No vengo de cuna, ni de despacho heredado.
Soy nieto de payés e hijo de obreros.
Estudié arquitectura porque “había que estudiar algo”, y lo hice a base de becas, currando y sudando cada renovación.
Diez años después entendí que un título no sirve de nada si no sabes cuánto vale un peine.
El oficio no te lo da la universidad, te lo da el trabajo y la independencia de pensar y decidir por tu cuenta.
Cuando eso se pierde, y se deja de lado el sentido común, uno empieza a darle vueltas a las cosas…
y a hacer tonterías.
Y al que hace tonterías se le llama tonto.
Pero no les llamo tontos por insultar.
Les llamo tontos porque dejaron el sentido común en casa.
Y aun sabiendo que lo que hacían estaba mal, siguieron adelante…
como si el mundo les debiera una ovación.
Me llamaron para una pericial.
El proyecto lo había hecho un arquitecto con veinte años de experiencia, técnico municipal en otro pueblo y, por supuesto, una eminencia.
De esas que van por la vida con un boli Montblanc y la ceja arqueada.
Cobró diez mil euros por reconvertir un bloque unifamiliar en plurifamiliar.
Una obra de 35.000.
Vamos, que el proyecto costaba casi lo mismo que hacerlo.
Se vendía como el ingeniero aquel que le cobró diez mil dólares a Rockefeller por ajustar un tornillo.
El problema es que a este señor…
le faltaban tornillos.
Usó normativa derogada para justificar la habitabilidad, se saltó la accesibilidad actual y mezcló urbanismo con fantasía épica.
Hasta puso una vivienda en el bajo cubierta cuando el propio ayuntamiento lo prohibía.
Cuando se le dijo que había que rehacer el proyecto, se negó.
Firme. Orgulloso.
Como si el error fuera del mundo, no suyo.
Diez mil euros por un desastre.
¿Un tonto? ¿Un estafador?
A estas alturas ya empiezo a pensar que algunos lo hacen por deporte.
Cuando me fui de Barcelona, volví a hablar con un constructor que conocía de hacía años.
Buen tipo, o eso creía.
Me pasaba encargos pequeños y, cuando me salió un chalet grande, pensé: “Voy a darle la oportunidad. Se lo ha ganado.”
Error.
El tipo era de los que siempre dicen:
“Sí, ningún problema.”
Y claro, cuando alguien te dice eso tantas veces, ya sabes lo que viene:
todos los problemas.
Los cimientos sin cimbrar, toneladas de hormigón tiradas, errores de replanteo, materiales cambiados por otros más baratos…
Y cada vez que le enseñabas una cagada, te soltaba su frase estrella:
“Tranquilo, no pasa nada.”
No pasa nada… salvo que el cliente paga doble y tú pierdes años de vida.
Al final la obra quedó perfecta, el cliente contento y yo sin amigo.
Pero con una verdad grabada a fuego:
en la construcción, los que más sonríen suelen ser los que más te cuestan.
Una comunidad tenía humedades.
El escape coincidía con el tubo de desagüe de una terraza.
La empresa de mantenimiento —la de siempre— aseguraba que ya lo habían reparado.
Solo querían que el arquitecto mostrara a la comunidad que también era necesario impermeabilizar la terraza.
Pero algo no me cuadraba.
Pedí una simple prueba de agua.
Resultado: el tubo seguía perdiendo.
Les dije que había que abrir el techo otra vez.
Tres días después, me llaman para decir que ya estaba arreglado de nuevo.
Pero a los pocos días llovió y la vecina me llamó desesperada.
Después de haberle abierto el techo por segunda vez,
seguía cayendo agua.
Voy, miro, y ahí estaba:
el tubo, en contrapendiente.
Ni mala suerte ni misterio: trabajo mal hecho.
Se lo enseño al representante de la empresa y, sin pestañear, me dice:
“Esto no es por el tubo, es porque falta impermeabilizar la terraza.”
Mi respuesta:
“¿Y como falta impermeabilizar, pones el tubo a contrapendiente?”
Menudo cara dura.
¿Un tonto? ¿Un estafador?
Solo otro profesional que quiere más trabajo, pero el que tiene lo hace rápido y mal.
Hay un tipo de técnico que no falla nunca:
el funcionario que se cree el protagonista del bien común.
Van de salvadores, pero lo que de verdad salvan es su ego.
Gente que confunde “servicio público” con “yo mando aquí”.
Poca faena, mucho sello.
Te pongo ejemplos:
— Una clienta quería hacerse una casa moderna en el centro del pueblo.
Le dijeron que no podía, porque la normativa —la que él se había inventado— lo prohibía.
La hicimos igual. Y la aprobaron.
— Otro cliente quería un anexo en una masía catalana catalogada.
Se lo negaron por una frase ambigua en el catálogo.
Pedimos cambiar la frase. Aprobado.
— A un tercero, el arquitecto municipal lo llamó para decirle que nunca aprobaría mi proyecto.
“Su arquitecto es muy malo”, le dijo. “Seguro que está durmiendo la siesta.”
A la semana siguiente, la licencia se aprobó por vía urgente.
Hay funcionarios honrados, claro.
Pero también hay mucho diamante bruto… al que le quitas la palabra diamante, y se queda en lo que es.
Pero luego nos quejamos del clima…
No te prometo milagros.
El urbanismo y las leyes son las que son.
En algunos casos no he conseguido lo que me proponía.
Como convencer a una funcionaria bruta de que mi cliente podía construir una casa aislada interpretando correctamente la normativa.
Al final hubo que mandar un equipo de abogados.
También me preguntan a veces si pueden construir en terreno de explotación rural y legalizarlo.
La respuesta es la misma: milagros no hago.
Pero si hay una forma de hacerlo bien, la encuentro.
Ver qué intereses tienes, qué es lo que quieres, defenderlo hasta el final y tirarlo para adelante como sea…
Eso es lo que hago.
Trabajo, criterio y resultados.
Sin rodeos, sin cuentos y sin justificar tonterías ajenas.
Lo que está en mis manos, lo hago.
Si tienes un proyecto bloqueado, un problema con una licencia, una obra que se ha torcido, necesitas una buena pericial o simplemente quieres empezar un proyecto con cara y ojos, escríbeme.
Por WhatsApp o por correo, como prefieras.
Cuéntame el caso y vemos qué se puede hacer.
Escríbeme y lo vemos
P.D.
Te adjunto algunos mensajes de mis clientes.